Ensayos


Si tienes algo serio que decir al respecto, a favor o en contra, este espacio está abierto para ti. Escribe un ensayo corto y envíalo al correo del movimiento: movimientoporunmetroseguro@hotmail.com



Paso los treinta años, he vivido toda mi vida en la ciudad de México y el Metro ha sido siempre mi medio de transporte preferido y obligado. Desde que tengo memoria (N. al P. Ésta expresión es sin duda mucho más afortunada que la que ordinariamente se emplea al respecto: “desde que tengo uso de razón”. Pues en primer lugar esta última expresión resulta bastante pretenciosa; y en segundo lugar porque lo que se trata de decir con ella, es: “desde que uno tiene memoria…”; por lo que no resulta claro qué tiene que ver la razón ―en su sentido ordinario― con la memoria.), el Metro nunca sufrió grandes malestares sino hasta hace unos nueve o diez años, cuando el ambulantaje se metió con toda su fuerza dentro de las instalaciones del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STCM).
            Es cierto que el ambulantaje existía antes. Pero si no recuerdo mal, quienes principalmente se dedicaban a esta actividad eran unos cuantos discapacitados, cuya oferta se limitaba a una pequeña variedad de artículos.
            A lo largo de los años he visto cómo se han dado varios cambios en el Metro, y no todos han sido positivos. En su mayoría son negativos, y han hecho del Metro un transporte desagradable, casi o tanto como los microbuses. De acuerdo, se entiende que el presupuesto no alcance para comprar más y más trenes, los suficientes como para que éstos pasen uno tras otro en horas pico en las líneas más concurridas. Lo cual acarrea trenes llenos, no, llenos no, ¡tupidos de gente! Esto es parte del Metro y forma parte de su actividad. Tanto, que a mí me parece que los usuarios no tenemos el derecho de quejarnos por los apretones y el calor infernal que se forma en los vagones en días de por sí calurosos (aunque esto no es tan malo en invierno). Me parece que quien se queja de los apretones es porque o bien no emplea ordinariamente este medio de transporte y no entiende el acontecer diario de la actividad de nuestro Metro; o bien porque es una persona chocante; o bien porque entiende que tiene derecho a la comodidad y a no ser apretujado diariamente. Sí, uno tiene derecho a la comodidad (Ley de transportes y vialidad, artículo 17), pero todos formamos parte de la ciudad y todos necesitamos transportarnos; y como no todos tenemos todo el día para esperar un tren vacío en horas pico (cosa rara en verdad), ni modo, nos apretamos para llegar a nuestro destino (N. al P. Que conste: no soy de los que ordinariamente empujan a las personas para entrar en un vagón en el que ya no cabe ni un alfiler; pero condesciendo con esa gente, pues hasta cierto punto se vale). He de confesarlo, hubo un tiempo en que esta conducta me molestaba en demasía, hasta que un día comprendí que ello formaba parte del Metro; ahora, cuando observo esta conducta, lo tomo con humor.
            Recuerdo también que antes, hace años, sólo se acomodaban dos personas contra las puertas corredizas que no se abren. Ahora, en cambio, no falta quien se meta en el pequeño espacio que queda entre estas dos personas. No me agrada esta conducta y la repruebo, y más cuando el vagón va semivacío.
Pero hay cosas que no pueden tomarse con humor ni de buena gana: como que los usuarios descansen su brazo flojo en el pasamanos junto al asiento que está bajo la palanca de emergencia; que los señores, y peor tantito las señoras, miren a otro lado cuando ven subir a un anciano, a una embarazada o a una persona con niño en brazos. Pero hay cosas peores, como que algunos usuarios entren sin pagar peaje.
La mayoría de los ambulantes, específicamente los vagoneros, nos agreden físicamente a los usuarios, a todos no sólo a mí. Independientemente que la música que ofertan sea o no de mi agrado, cosa que no es, el volumen de la voz y de las bocinas con la que la ofrecen, es excesivamente alto. Me lastiman los oídos. Hay pasajeros que incluso se tapan las orejas cuando los vagoneros pasan a su lado. Tan alto suben el volumen de sus bocinas y su voz, que uno llega a agradecer al vagonero que trae consigo una bocina de alta fidelidad y con graves definidos. Por si fuera poco, algunos de ellos se paran en la puerta para no dejarla cerrar (lo cual es un delito) porque o bien quiere terminar una conversación con algún otro vagonero, o bien porque espera que otro de los suyos corra y suba al mismo vagón.
Ya de por sí un vagonero es más que suficiente para alterar los nervios a los pasajeros (a mí alteran los nervios cada vez que oigo a uno de ellos gritar dentro del vagón o verlo caminar impunemente por algún andén con su ruido a alto volumen, ¡frente a cámaras y policías!). Ni qué decir cuando de pronto ¡se juntan hasta tres ambulantes en el mismo vagón! El escándalo es insoportable, i-n-s-o-p-o-r-t-a-b-l-e. Y lo malo no es esto, sino que una vez que estas personas se bajan del vagón, otras más las remplazan. Como las hormigas: aplastas una y salen tres más; o los narcotraficantes: ejecutan a uno y no falta quien lo remplace. Los ambulantes que han esclavizado al Metro tienen tan poco respeto por la ley, que los que han sido beneficiados con un local regulado en los pasillos de las estaciones Pantitlán (de la línea 5) y Cuatro Caminos, para que no estorben el paso de los usuarios, en vez de utilizar los locales para ofertar sus productos, los utilizan como bodegas para guardar sus mercancías, y ellos siguen estorbando el pasillo con sus mesas y productos frente a los locales. ¡En vez que los mencionados locales contribuyeran a liberar el espacio perdido por los ambulantes, lo hicieron aún más angosto! Por si esto no fuera ya demasiado, a veces estas personas tienen el descaro de no pagar ni siquiera el boleto de entrada, frente a la cara indolente y despreocupada de la vigilancia del lugar ―cuando la hay, porque en muchas ocasiones no hay ni la sombra de una mosca que se ocupe de vigilar las entradas o las salidas, como en los torniquetes que salen al paradero de Pantitlán por la línea 9.
¡Cómo se supone que el Metro pretende lograr la excelencia ante estas notas? ¡Cómo se supone que nuestro Metro ha de alcanzar un buen servicio si la prestación del mismo se realiza en parte sin el cumplimiento de las disposiciones legales aplicables?
Pero quiénes son los culpables de que el ambulantaje haya hecho un sobreruedas (¡literalmente!) de nuestro Metro: ¡ustedes, los usuarios! Todo aquel que compra algo a un ambulante, hace que el ambulante siga allí. Hay oferta de mercancías porque hay demanda. Y por unos cuantos usuarios acríticos y obtusos, igual que las personas a quien compran, pagamos todos.
Por su puesto que los ambulantes son el problema inmediato, pero ¿qué hay detrás? ¿Quiénes permiten que violen la ley tan descaradamente? ¡Quién o quiénes se benefician con que la mayoría de los usuarios del Metro suframos a diario esta peste que ha vuelto a nuestro pobre Metro un vil mercado? Basta, ¡basta carajo! ¿Por qué, a mi entender, el asunto del ambulantaje es ya cosa de años? Porque las personas que tienen autoridad para remediarlo no viajan en Metro. Si viajaran en él, este asunto habría desaparecido hace mucho. Pero como los que lo sufrimos somos los humildes pasajeros, los que no tenemos un auto ni dinero para pagar diario un taxi que nos lleve a nuestros destinos, el problema sigue y no va a terminar hasta que los habitantes de la ciudad nos organicemos y marchemos por la calle para llamar la atención de alguien que tenga la autoridad y la sensibilidad suficiente para ver que los usuarios del metro somos agredidos auditiva y diariamente por los ambulantes.
Este movimiento no es intransigente y no demanda cosas caprichosas e irreflexivas. Los ambulantes del Metro son gente pobre como yo y como la mayoría de los ciudadanos de esta capital. Así que este movimiento no exige que liberen al Metro del ambulantaje y manden a los ambulantes al diablo. Pide que los reubiquen fuera o dentro de las instalaciones del metro, pero completamente regulados.
Basta, ¡basta carajo! Porque los ambulantes atentan contra la seguridad física, el orden, la tranquilidad y la convivencia pacífica y armónica dentro de las instalaciones del Metro.





1 comentario:

  1. Yo estoy totalmente de acuerdo contigo. Entiendo que en el metro la gente tenga que ir apretada, entiendo también que los vagones se tarden debido al estado de tiempo (por ejemplo, lluvia) o porque el alto número de gente dentro de un vagón impide que la puerta cierre. Lo que no entiendo es cómo las autoridades no hacen algo por detener y acabar con esos parásitos llamados vagoneros. Es igual que los ambulantes de las calles del centro: ya los reubicaron y no quisieron, volvieron a apoderarse de las calles ¿Qué coño quieren? ¿Que les den locales en plaza satélite? Yo por mi parte estoy harto del ruido de sus bocinas, de que quieran pasar entre la gente aunque el vagón esté lleno, y de que te insulten si no les das el paso. El colmo es que en las estaciones Nezahualcóyotl y Deportivo Oceanía de la línea B tengan hasta su lugar de reunión, ahí, a la vista de todos, y que los jefes de estación y policías se hagan de la vista gorda. Lamentablemente uno como usuario no puede reclamarles nada, pues se expone a agresiones verbales o físicas. Cuenten con mi apoyo en este movimiento.

    ResponderEliminar